Nicanor García, reconocido fotógrafo y arquitecto, reflexiona sobre la intersección entre diseño, luz y narrativa en su trabajo, donde cada imagen es una traducción sensible de la arquitectura.
La fotografía arquitectónica, muchas veces reducida a un ejercicio técnico o a una búsqueda de impacto visual, adquiere una nueva profundidad en la obra de este autor, cuya mirada está formada por años de práctica en el diseño y la construcción. En una entrevista reciente, el fotógrafo revela cómo su formación como arquitecto ha transformado radicalmente su forma de observar y narrar los espacios. “No solo fotografío lo que se ve, sino lo que comprendo del espacio: su estructura interna, sus proporciones, su relación con las personas”, afirma.
Para él, la cámara no es una herramienta de captura, sino de interpretación. Su proceso comienza mucho antes del disparo: observa con calma, analiza las decisiones del proyectista y espera que la luz revele la atmósfera del lugar. Esa sensibilidad lo ha llevado a considerar la fotografía como un acto de reflexión más que de acción, en el que busca ser un filtro honesto entre la arquitectura y el espectador.
La luz, elemento clave en su obra, es tratada casi como un material más de los edificios que fotografía. Según explica, no hay una hora mágica que funcione para todos los espacios. En cambio, cada arquitectura encuentra su verdad en un momento específico del día, y su trabajo consiste en estar presente y receptivo para capturar esa verdad sin imponerla.
En una época dominada por la espectacularidad visual de las redes, su trabajo se aleja de lo efectista. “Prefiero la fuerza de una experiencia auténtica a la imagen que busca ser viral”, sostiene. Su fotografía, silenciosa y contenida, apuesta por una espectacularidad discreta que permita conectar con lo esencial del espacio.
A lo largo de su carrera, ha documentado ciudades en todo el mundo, pero es Tokio la que lo desafía constantemente. “Nunca logro comprenderla del todo”, admite. Por eso, la fotografía se convierte en una forma fragmentaria de exploración, una construcción visual en proceso.
Su experiencia como jurado del X-PACE Photo Contest de Fujifilm y Cosentino le ha reafirmado un criterio claro: valora la coherencia entre lo que se muestra y cómo se representa. “Una buena imagen no solo describe, interpreta con sensibilidad y rigor”, dice. La técnica, aunque importante, está siempre al servicio de una lectura poética y honesta del espacio.
En cuanto al papel del fotógrafo, defiende una intervención visual respetuosa, que no distorsione ni eclipse la arquitectura. “Interpretar sin traicionar”, resume. Esa ética visual se refleja también en su colaboración con marcas como Fujifilm, cuyas herramientas le han permitido enfocarse en la mirada más que en la técnica: “cuando la tecnología no estorba, la fotografía fluye con naturalidad”.
Finalmente, ante la pregunta de qué edificio elegiría para contarle al mundo quién es como fotógrafo y arquitecto, su respuesta huye del gesto grandilocuente. Preferiría retratar un lugar cotidiano, silencioso, donde la arquitectura se funda con la vida. Porque, como él mismo concluye, su trabajo no busca hablar de sí mismo, sino aprender a mirar de otra forma y compartir lo que esa mirada descubre.
Su obra no solo documenta: interpreta, escucha y transmite. Es, en definitiva, una forma de pensar la arquitectura desde la sensibilidad visual. Una invitación a mirar más allá de lo visible.


